Entre la diarrea de informes sobre ciberseguridad y aledaños de todo pelaje –mayormente reiterativos e irrelevantes en su obviedad– con los que sin pausa se nos inunda, dos de ellos no obstante han llamado la atención e inducen a la reflexión.
En el primero de ellos –gestado por la omniprescente Gartner–, se afirma que en el ámbito de la ciberseguridad se mueven ya a nivel mundial unos 70.000 millones de euros y que en 2015 este campo de actividad creció un 4,7% respecto a 2014, un crecimiento que continuará sin pausa al menos hasta 2020, momento en que el mercado habrá crecido a una media del 9’8% interanual y en el que el sector habrá generado un negocio de 160.000 millones de euros en cinco años.
De entre la ensalada de guarismos que desbordan estos informes –sumándose el de MarketandMarkets– merece la pena destacar los índices porcentuales de las principales áreas de crecimiento estimadas; así, la seguridad en la nube registrará un 50% de aumento, la móvil un 18%, y las de inteligencia ante amenazas y tecnologías SIEM, un 10% cada una. Unas previsiones que no están nada mal.
En lo concerniente a nuestro país, y ateniéndonos al seguimiento granular que desde hace más de dos décadas realizamos desde SIC –exclusivamente en lo relativo al mundo corporativo, claro está– el sector facturó 1.001,42 millones de euros en 2015 (fruto de un crecimiento promediado del ±3%/5%). Para este ejercicio, se esperan aumentos de entre el 7% y el 11% dependiendo de a qué epígrafe de la ciberseguridad concierna. Los servicios gestionados y en la nube en sus distintas variantes registrarán las más generosas subidas. Estas cifras difieren de las más contenidas ofrecidas por INCIBE, que, desde su atalaya, las estima en unos 500 millones anuales, previendo un crecimiento anual del 12%.
En el segundo de los ámbitos de estudio, centrado –cómo no– en el maná tecnológico que a buen seguro supondrá Internet de las Cosas, se vaticina que los costes que implicarán para las empresas la seguridad y la protección ante los posibles riesgos supondrá un incremento del 20% el presupuesto anual en ciberseguridad cuando, el pasado año 2015, ese coste suponía menos del 1%. Este descomunal aumento también responderá en gran medida al crecimiento que experimentarán los dispositivos IoT en todos los segmentos de negocio.
Como complemento a este halagüeño –o desesperanzador, según se mire–, panorama, según los datos de la citada MarketsandMarkets el gasto en proteger Internet de las Cosas crecerá desde los 6.400 millones de euros habidos en 2015 a los cerca de 27.000 millones de euros estimados para 2020.
Es más, también se señala que algunos de los fabricantes y proveedores de servicios de ciberseguridad más espabilados están ya conformando las primeras estrategias como anticipo a la oportunidad de mercado que deparará IoT. Al tiempo, pequeñas compañías de nicho y startups ponen ávidas su foco en productos y servicios en campos de suculento recorrido como, sin duda, van a ser los de segmentación de red, la autenticación “dispositivo a dispositivo” o el cifrado de datos, entre otros, sin olvidar, naturalmente, propuestas ad hoc para escenarios de nube.
A ello hay que sumar el despertar –en esta ocasión no siempre muy madrugador– de los grandes proveedores de seguridad, que observan con desigual atención el fenómeno, aunque algunos de ellos –como de facto sucede ahora mismo con las tecnologías CASB– ya han echado el ojo y aflojan la billetera.
Evocando al gran Federico Fellini y a una de sus más inolvidable películas, todo parece indicar que la nave va. No obstante quizá nunca debamos olvidar que para navegar con éxito y con rumbo firme para alcanzar el destino, es menester disponer no solo de embarcaciones resilientes a los embates del clima y los elementos, sino además de una abundante y preparada marinería. No conviene olvidar que el mar del insigne creador era de plástico.