La rebelión de las máquinas está aquí. Se veía venir. Como con premonitoria clarividencia ya mostraban las en su momento impactantes películas “Christine” y “El Bulldozer asesino” –basadas respectivamente en novelas de Stephen King y Theodore Sturgeon–, estas singulares máquinas tan consustancialmente ligadas al ser humano cobraban vida y, fuera de control, se rebelaban contra sus dueños y conductores.
Todo indica que corren tiempos de protagonismo escabroso para los vehículos. Tan paradójicamente pegados a la tierra y, por mor de la tecnología más reciente, abocados al servilismo de la conectividad para su moderno funcionar, los coches empiezan a enseñar sus vergüenzas de última generación.
Las afamadas conferencias BlackHat y Defcon han arrasado en sus recientes convocatorias, centradas mayormente en sacar los colores a todos los actores de la movilidad, cuyas severas goteras en cuanto a vulnerabilidades suponen un verdadero festín para tanto speaker hambriento de notoriedad.
En los eventos citados, ambos celebrados en un escenario tan exuberante como es el de Las Vegas, fueron escandalosas trending topic las polémicas charlas sobre las debilidades digitales de algunos coches de última generación. A señeras marcas se las sacudió de lo lindo: Jeep, Fiat, Chrysler, Tesla… En este caso, lo de que “lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas” se incumplió estrepitosamente.
Y aún hay algo peor. La respuesta de las estigmatizadas marcas no fueron precisamente atinadas pues, por ejemplo, querer paliar las debilidades del software alojado en las 1,4 millones de unidades afectadas del modelo Cherokee proponiendo enviar las actualizaciones vía postal mediante pendrives denota una chapucera imprevisión que hace temer lo peor para nuevos casos de calado mediático que, a no dudar, estarán al caer.
Con todo, el impacto de la imprevisión a la hora de prever correcciones de software y equipos en la industria automovilística, y el elevadísimo coste derivado por la subsanación, parece que ya hacen despertar conciencias.
Inevitablemente alarmada, aunque no muy madrugadora, la Asociación Global de Fabricantes de Automóviles conjuntamente con otras asociaciones geográficas de gran peso (la europea Acea, la estadounisense AAM y la japonesa Jama) parece que se están poniendo las pilas para tratar de establecer un intercambio de información entre todas ellas y crear con celeridad un centro de análisis que identifique las ciberamenazas a los vehículos y a sus redes de conectividad, así como los mejores sistemas de protección y de respuestas a eventuales ataques.
Cabe recordar que, tras dos años de investigación, ya en octubre del pasado año legisladores norteamericanos reflejaron en un expeditivo informe, que, a través de la conexión de datos, existen más de una decena de tipos de ataques potenciales a los automóviles modernos con los que poder causar incursiones ilegales e infringir daños severos. ¡Deja vu, verdad queridos lectores!
Es de público conocimiento que la industria automovilística, con más de 100 años a sus espaldas y salvo ocasionales meteduras de pata de alcance masivo, tenía razonablemente domesticado su funcionar. Hasta ahora. Las inquietantes muestras de su fragilidad al coquetear precipitadamente con el más “coolest time to market” tecnológico hacen prever nuevas calamidades. Sobrecoge imaginar el caos sobrevenido por el que terceros puedan manipular y, por ende, causar catastróficas consecuencias al hacerse con el control de estas sofisticadas máquinas, fatalmente desprotegidas en lo referido a la ‘inseciberguridad’ de la conexión.
Resulta inexorable. La Internet de las Cosas (IoT) va a ser ya la Internet de los Hackers (IoH). No es difícil imaginar hordas de expertos de la extrema curiosidad canturreando embelesados “Y lo que te vulneraré morena…” ¿No nos suena esta melodía?