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Por una vez –y tal vez sirva de precedente–, quien esto escribe introducirá en el primer párrafo de su columna un palabro de uso más propio en quienes somos de letras y humanidades que de ingenieros y telecos, habitualmente constreñidos a la jerga TIC. Quiero referirme a polímata, un término de subyugante y poliédrico significado. Hace referencia a aquel que reúne la sabiduría que abarca campos diversos de la ciencia o las artes, otorgándole la capacidad necesaria –el don cabría decir– para tener una mejor comprensión del mundo.

¡Hola mi amor! ¿soy yo tu CISO?
Luis G. Fernández
Editor
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Este concepto, que tan bien armoniza con el genuino de talento –por cierto, tan devaluado últimamente–, se adapta como anillo al dedo a nuestra flamante sociedad actual, tan plural, tan polifacética, tan interconectada, tan compleja.

 

Solían llamarse eruditos. Y la historia ha demostrado insistentemente que las personas polímatas son más resilientes y adaptables al cambio. Por contra, a nadie se les escapa que hoy lo que predomina es una obsesiva y desaforada especialización, y quienes mayormente la ejercen son los que están instruyendo a sus sucesores, instándoles a abandonar en la cuneta las paletas de erudición que antaño se guardaban en el zurrón vivencial de cada uno.

 

Esto apunta a un error de gran calibre. La historia, y con ella nuestro progreso, ha venido dependiendo de la polimatía, capaz de generar nuevas ideas y mejores planteamientos como resultado de la fructífera asociación de dichas ideas, las cuales, en ocasiones, generaban senderos reveladores, disruptivos y transformadores.

 

Llevándolo al terreno que más nos concierne, la ‘chicha’ que se le ha de suponer al CISO de este siglo tan brutalmente cambiante acaso implique despegarse un pelín de la tecnología y tratar de proveerse de otros resortes que, acertadamente mezclados y aprehendidos, posibiliten a su cargo y disciplina asomarse más al negocio; ser mejor percibidos, impregnándose de ese concepto empresarial tan crucial como es el del riesgo; entendiéndolo y aportando a la alta dirección las mejores capacidades para guiarla por los golosos pero intrincados y asilvestrados porvenires digitales.

 

No ha mucho que una big four, en un sorprendente movimiento de ‘recruiting’ por estos lares, tuvo a bien hacerse con los servicios de dos CISOs de solvente pedigrí en el ámbito financiero y de las comunicaciones. Objetivo: mejorar sus capacidades de comprensión de la problemática de su universo clientelar. A tenor de su éxito, todo parece indicar que esté al caer algún fichaje sonado más en esta línea.

 

No quisiera dar por finalizada esta disertación sin antes traer a colación una maravillosa reflexión del catedrático historiador Fernández-Armesto: “Para conquistar imperios intelectuales hay que exceder las fronteras del dominio propio”. Por tanto, CISOs y concernidos, no nos quedemos a verlas venir, sino apuntémonos a esta saludable corriente y retémonos a obtener una mayor excelencia en el conocimiento plural. Nos aguarda una mejor comprensión del mundo, de preparación ante los retos que sobrevienen, de ser más útiles al ‘negocio’ y, al tiempo, de afianzar la profesión.

 

Caperucita Feroz, el entrañable himno roquero de la Orquesta Mondragón, cobra hoy inusitada fuerza y actualidad. Si recordamos su afamado estribillo y al lobo lo sustituimos por CISO y Caperucita por Negocio, queda todo dicho. Gurruchaga ya lo aullaba: “Yo lo que quiero es tu fuerza (clarividencia) de animal (profesional)...”

 

 

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