Y la nave va

Un año y algo más, antes de que desde lo que hoy es SIC nos lanzáramos temerariamente a editar en España una revista sobre el proceloso mundo de la ciberseguridad, ya deambulaban por nuestros lares dos aguerridas empresas pioneramente centradas en el asunto: Anyware Seguridad Informática (1989) y Panda Software (1990): la primera, cuya cabeza fundacional más visible fue el experto Carlos Jiménez, se vendió en 1998 a Networks Associates –hoy McAfee– por 11 millones de dólares de los de entonces, y Panda Software (con el ya nuevo apellido Security en este último tramo) lo acaba de ser esta primavera a la también norteamericana WatchGuard Technologies.

Quién iba a imaginar, ni siquiera su fundador, Mikel Urizarbarrena, que su querencia lúdica por los maratones también se plasmaría en la longeva trayectoria de su retoño empresarial de origen vasco, el cual, efectivamente, en estas tres décadas emprendería una dilatada carrera de fondo, sobreponiéndose hasta llegar a aquí a no pocos ajetreos, rumbos y timoneles.

Finalmente, los propietarios de Panda Security –el veterano José Sancho, tan ligado también a otras tecnologías de ciberprotección- y el fondo Gala Capital, mayormente, acordaron en los primeros días de marzo su venta –estimada entre 200 y 300 millones de euros– a la compañía estadounidense radicada en Seattle, históricamente centrada en inteligencia y seguridad de red, wifi seguro y autenticación multifactor. Este maridaje entre dos potencias medianas de la ciberseguridad se anuncia feliz y con escasas colisiones; la complementariedad de la entidad resultante proporcionará gestión centralizada de detección de amenazas y la funcionalidad de respuesta impulsada por inteligencia artificial (IA), además de técnicas de establecimiento de perfiles de comportamiento y correlación de eventos de seguridad avanzados, y todo ello reforzado con ese potente baluarte de protección corporativa que es su unidad Cytomic.

Una vez deseados todos los parabienes a esta operación, destinada a abrirse paso aún más en el ámbito de la gran empresa, no deja de ser triste constatar al tiempo que se nos esfuma el último señero reducto de origen español con genuina aportación al acerbo europeo de la ciberprotección y con solvente ‘pegada’ internacional en la materia.

En estos días extraños y a instancias de este enésimo trasiego del sector –al cual, repetimos, deseamos una feliz y próspera singladura bajo la batuta de los de Seattle– me ha venido a la cabeza un film singular de Fellini: Y la nave va. La trama de esta genial película de 1983 abordaba la travesía marítima de un grupo de personalidades de la alta sociedad europea que lleva las cenizas de una afamada diva de ópera para arrojarlas a su isla egea natal. En la escena principal, los cantantes que viajan se lanzan a una improvisada competición vocal de la que emergen no pocas rivalidades y envidias entre ellos, erigiéndose en uno de los más certeros estudios psicológicos del sin par Federico. ¿Les suena?

Pues sí, ‘nuestra’ nave va, pero cabe temer que sus timoneles continentales no están sabiendo muy bien a qué puerto dirigirla, ni cómo retener a los remeros que se les van quedando por el camino.

Esta doliente orfandad es una más de los recurrentes males que asolan a una venerable Europa, miope y timorata, incapaz de luchar a machete digital por preservar sus escasos activos, defender y/o crear un ‘patrimonio’ diferenciado frente a las supernaciones hoy bochornosamente acaparadoras del entramado tecnológico sustentador de la sociedad digital. ¿Quo vadis IA, ciberseguridad, 5G… made in Europe?

Tampoco se libran de este cariñoso tirón de orejas los próceres ‘oteadores’ y ‘promotores’ en nuestros lares ibéricos, que ni a tiros logran atinar con la fórmula de preservar ni proyectar activos españoles con recorrido ni tampoco a generar viabilidad a sus eventuales sucesores. Ni las rancias recetas de acudir a pomposas, y no pocas veces, hueras muestras feriales guiris, convocando única y fútilmente a los ‘nuestros’ –jugosas guarniciones de jamón mediante– ni ‘apesebrando’ a las púberes ‘estaraps’ huérfanas de auténticos pastores con vocación y capacidades reales de encaminarlos por senderos atinados de innovación útil y viable, en lugar de lavarse las manos ante las enésimas y bochornosas concurrencias de empresitas sin nada realmente nuevo que ofrecer.

Más nos valiera aprender de la situación que en estos tiempos dolientes nos flagela y enfocar el apoyo al emprendimiento hacia focos útiles y con recorrido (acceso remoto seguro, biometría comportamental, modelos de confianza cero, areneros digitales de contención, ciberprotección afectiva y de los sentidos…). ¿Sueñan los europeos con soberanías ‘eléctricas’? No estoy muy seguro, pero de lo que sí lo estoy es de que las pesadillas seguirán con nosotros si esta Europa y esta España, tan diletantemente tercas, se empeñan en seguir llegando tarde al futuro.

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