Every breath you take
Estas fechas tan normalmente anormales a uno le ponen nostĆ”lgico. Y ante el inoperante espectĆ”culo de tanto preboste del globo frente a la pandemia, uno no deja de recordar con cariƱo a los geniales Gila, y Martes y Trece, con sus antológicas citas a āLa Guerraā y a la malograda Encarna SĆ”nchez, respectivamente. Y, tirando de imaginario, casi da la risa en medio de esta desoladora coyuntura, evocar sus genialidades pretĆ©ritas trasladĆ”ndolas a la realidad actual, en la que tanto timonel perdido tratarĆa de contactar, cual aƱorado cómico de casco, con el enemigo y le dirĆa āĀæOiga, es ahĆ la Covid-19? SentĆ©monos a hablarā o, autoparódicamente, telefonearĆa a la estrella radiofónica para decirle: āĀæEncarna, cómo estĆ”n de hechas esas mascaradillas?
Pero lo cierto es que el espectĆ”culo, tan poco edificante, golpea igualmente a nuestro pequeƱo mundo, ese de la ciberseguridad y, su inseparable compaƱera de viaje, la privacidad. A fecha de cierre de esta edición, algunos de los principales ministerios de nuestros lares seguĆan tirĆ”ndose los trastos a la cabeza por las polĆ©micas apps de trazabilidad, solicitadas de manera precipitada, sin consenso y chapuceramente diseƱadas. Su puesta en servicio, de manera caótica y caprichosa, no ha hecho mĆ”s que inquietar al frĆ”gil ecosistema sanitario, temeroso de ser colapsado con inundaciones de falsos positivos. Ya trascenderĆ” en estas fechas la abultada espantada de āexpertosā renuentes a seguir en una secretarĆa de estado que diseƱa futuros y que no aprende ni del pasado.

Luis G. FernƔndez
Editor
lfernandez@codasic.com
Por cierto, que este caos en pos del rastreador de FierabrĆ”s no se circunscribe solo al Ć”mbito caƱĆ, sino que tambiĆ©n en la vecina Francia, por ejemplo, la aplicación descargable āStopCovidā, āen modo anónimo bluetooth medianteā tambiĆ©n viene causando revuelo por su fĆŗtil carĆ”cter voluntario y por ātomarseā ciertas libertades improcedentes.
Este fundamentado recelo ante un brumoso despliegue de apps defectuosas āde fĆ”bricaā āno made in China precisamenteā y su grosera colisión con importantes derechos, como el de la intimidad, parecen abocarnos a una deriva acaso arteramente pergeƱada por quiĆ©n sabe quĆ© intereses (Āægubernamentales? Āæde las majors tecnológicas?), tan fascinados ellos por nuestra āmovilidadā y nuestro āestado fĆsicoā, augurando tiempos āriesgososā para nuestra salud democrĆ”tica. Este temor lo aflora de manera muy precisa nuestro colaborador Jorge DĆ”vila en su certero artĆculo de esta edición, que no hay que perdĆ©rselo.
Que sombrĆamente se nos ciernan nubarrones de vigilancia digital, no es ya solo por la dichosa pandemia sino, ademĆ”s, por ese elefante que estrena cacharrerĆa irrumpiendo desbocado en un tsunami telelaboral aĆŗn sin contornear.
En este revuelto escenario y a colación de lo hasta ahora expuesto, bien cabe recordar las palabras de Thierry Breton, el comisario europeo de Mercado Interior ācon anterioridad ministro francĆ©s y CEO de Atosā, quien, a propósito del āseguimientoā a los europeos, ha demandado que en estas āprĆ”cticasā hayan la adecuada āanonimización, voluntariedad, descentralización, temporalidad, seguridad y transparenciaā.
Prosiguiendo con mi nostalgia, y en este desconcierto global de hoy, no dejo de tararear la premonitoria canción de Sting compuesta en 1983: āEvery breath you takeā, interpretada por su emblemĆ”tica banda ācasualmente bautizada como āLa PolicĆaāā, resonando en estos dĆas como nunca. Su letra, tal vez, haya invitado a que algunos se la tomaran al pie de la letra, valga la redundancia. He aquĆ un afamado fragmento:
āCada aliento que tomes,
cada movimiento que hagas,
cada atadura que rompas,
cada paso que des,
te estarƩ vigilando.
Todos y cada uno de los dĆas,
y cada palabra que digas,
cada juego que juegues,
cada noche que te quedes,
te estarƩ vigilando.
Oh, Āæno puedes ver que tĆŗ me perteneces?ā
Inquieta pensar que otros tambiĆ©n se estĆ©n deleitando con ella pero por otros motivos, antagónicos a nuestro legĆtimo derecho a que exista una supervisión legal y garantista de este asunto y haga buena la lapidaria sentencia de Jeremy Bentham: āCuanto mĆ”s te observo mejor te comportasā.