Every breath you take

Estas fechas tan normalmente anormales a uno le ponen nostĆ”lgico. Y ante el inoperante espectĆ”culo de tanto preboste del globo frente a la pandemia, uno no deja de recordar con cariƱo a los geniales Gila, y Martes y Trece, con sus antológicas citas a ā€œLa Guerraā€ y a la malograda Encarna SĆ”nchez, respectivamente. Y, tirando de imaginario, casi da la risa en medio de esta desoladora coyuntura, evocar sus genialidades pretĆ©ritas trasladĆ”ndolas a la realidad actual, en la que tanto timonel perdido tratarĆ­a de contactar, cual aƱorado cómico de casco, con el enemigo y le dirĆ­a ā€œĀæOiga, es ahĆ­ la Covid-19? SentĆ©monos a hablarā€ o, autoparódicamente, telefonearĆ­a a la estrella radiofónica para decirle: ā€œĀæEncarna, cómo estĆ”n de hechas esas mascaradillas?

Pero lo cierto es que el espectĆ”culo, tan poco edificante, golpea igualmente a nuestro pequeƱo mundo, ese de la ciberseguridad y, su inseparable compaƱera de viaje, la privacidad. A fecha de cierre de esta edición, algunos de los principales ministerios de nuestros lares seguĆ­an tirĆ”ndose los trastos a la cabeza por las polĆ©micas apps de trazabilidad, solicitadas de manera precipitada, sin consenso y chapuceramente diseƱadas. Su puesta en servicio, de manera caótica y caprichosa, no ha hecho mĆ”s que inquietar al frĆ”gil ecosistema sanitario, temeroso de ser colapsado con inundaciones de falsos positivos. Ya trascenderĆ” en estas fechas la abultada espantada de ā€˜expertos’ renuentes a seguir en una secretarĆ­a de estado que diseƱa futuros y que no aprende ni del pasado.

Por cierto, que este caos en pos del rastreador de FierabrĆ”s no se circunscribe solo al Ć”mbito caƱƭ, sino que tambiĆ©n en la vecina Francia, por ejemplo, la aplicación descargable ā€œStopCovidā€, –en modo anónimo bluetooth mediante– tambiĆ©n viene causando revuelo por su fĆŗtil carĆ”cter voluntario y por ā€˜tomarse’ ciertas libertades improcedentes.

Este fundamentado recelo ante un brumoso despliegue de apps defectuosas ā€˜de fĆ”brica’ –no made in China precisamente– y su grosera colisión con importantes derechos, como el de la intimidad, parecen abocarnos a una deriva acaso arteramente pergeƱada por quiĆ©n sabe quĆ© intereses (Āægubernamentales? Āæde las majors tecnológicas?), tan fascinados ellos por nuestra ā€˜movilidad’ y nuestro ā€˜estado fĆ­sico’, augurando tiempos ā€˜riesgosos’ para nuestra salud democrĆ”tica. Este temor lo aflora de manera muy precisa nuestro colaborador Jorge DĆ”vila en su certero artĆ­culo de esta edición, que no hay que perdĆ©rselo.

Que sombríamente se nos ciernan nubarrones de vigilancia digital, no es ya solo por la dichosa pandemia sino, ademÔs, por ese elefante que estrena cacharrería irrumpiendo desbocado en un tsunami telelaboral aún sin contornear.

En este revuelto escenario y a colación de lo hasta ahora expuesto, bien cabe recordar las palabras de Thierry Breton, el comisario europeo de Mercado Interior –con anterioridad ministro francĆ©s y CEO de Atos–, quien, a propósito del ā€˜seguimiento’ a los europeos, ha demandado que en estas ā€˜prĆ”cticas’ hayan la adecuada ā€œanonimización, voluntariedad, descentralización, temporalidad, seguridad y transparenciaā€.

Prosiguiendo con mi nostalgia, y en este desconcierto global de hoy, no dejo de tararear la premonitoria canción de Sting compuesta en 1983: ā€œEvery breath you takeā€, interpretada por su emblemĆ”tica banda –casualmente bautizada como ā€œLa PolicĆ­aā€ā€“, resonando en estos dĆ­as como nunca. Su letra, tal vez, haya invitado a que algunos se la tomaran al pie de la letra, valga la redundancia. He aquĆ­ un afamado fragmento:

ā€œCada aliento que tomes,
cada movimiento que hagas,
cada atadura que rompas,
cada paso que des,
te estarƩ vigilando.
Todos y cada uno de los dĆ­as,
y cada palabra que digas,
cada juego que juegues,
cada noche que te quedes,
te estarƩ vigilando.
Oh, Āæno puedes ver que tĆŗ me perteneces?ā€

Inquieta pensar que otros tambiĆ©n se estĆ©n deleitando con ella pero por otros motivos, antagónicos a nuestro legĆ­timo derecho a que exista una supervisión legal y garantista de este asunto y haga buena la lapidaria sentencia de Jeremy Bentham: ā€œCuanto mĆ”s te observo mejor te comportasā€.

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