Verdades inciertas y ciertas verdades

Ā”QuĆ© difĆ­cil estĆ” costando a dĆ­a de hoy discernir la verdad entre tanta infoxicación y quĆ© mal se organiza la sociedad en el espacio digital! AĆŗn fresco en la memoria el bochornoso espectĆ”culo de la revuelta ā€˜capitalina’ gringa y sus sombrĆ­os efectos derivados de las decisiones de algunos gigantes tecnológicos de cercenar ā€˜unilateral y bienintencionadamente’ la libertad de expresión, so pena de males mayores, cabe preguntarse cuĆ”nto mĆ”s va a soportar una democracia el uso masivo de instrumentos tecnológicos para difundir trolas y desinformación a destajo, sin posibilidad de que algĆŗn tipo de supervisión, por supuesto legal, fuera capaz de detectar a tiempo los excesos arteros de sesgo y lograr embridarlos antes de que sea tarde.

La colisión de intereses estĆ” servida: legalidad, protección del interĆ©s pĆŗblico, legitimidad y soberanĆ­a digital maridan mal, por lo que todo hace temer que la auto-regulación de los colosos digitales no ha lugar. Y las consecuencias de la tragedia de las elecciones estadounidenses bien pueden ser –de hecho, ya lo estĆ”n siendo– prolegómeno de nuevas acciones de emponzoƱamiento y perversión del uso libĆ©rrimo de las redes sociales, a cargo tambiĆ©n –y por quĆ© no– de otros agentes concernidos y sumamente interesados: las autoridades estatales. Tal parece el inquietante caso de censura de Rusia, que recientemente ha venido exigiendo a las principales ā€˜encauzadoras’ digitales que bloqueasen mensajes a favor de la liberación del envenenado Navalni. ĀæPodrĆ­a pasar, querido lector, algo parecido por los lares caƱƭes?

¿Qué es la verdad? (Quid est veritas?), preguntaba Poncio a Jesús hace dos milenios. Casi 740.000 días después sigue sin haber respuesta a tanta verdad incierta.

AplicĆ”ndonos el cuento a nuestro aĆŗn adolescente sector y con el To be or not to be ā€˜shakespeareano’ por montera, va siendo hora de saber con certeza quiĆ©nes somos, de dónde venimos, quĆ© somos, cuĆ”nto sabemos y a dónde vamos (o nos llevan).

El erial estadĆ­stico en nuestros lares sobre el sector, en buena parte debido a la inacción de ciertas instituciones pĆŗblicas concernidas durante largo tiempo, ha dado al traste con cualquier intento medianamente serio de poder diagnosticar el statu quo y el grado de floración del ecosistema espaƱol de ciberseguridad. Esta situación, cansinamente advertida por SIC en los Ćŗltimos aƱos –a fin de cuentas, llevamos tres dĆ©cadas en este mundillo al que hemos visto destetarse y comenzar a gatear– parece estar cambiando. Muy posiblemente espoleada por el diluvio de euros continental ā€˜mananero’ para la reanimación, consolidación y proyección de la soberanĆ­a digital europea, y claro, por un ya indisimulable sonrojo ante lo hecho por sus pares.

Lo ā€˜cierto y verdad’ es que comienzan a proliferar las primeras estadĆ­sticas que aluden al estado y posicionamiento espaƱol –de sus pobladores y tejido industrial especĆ­fico– en la materia. En esta botica ciberdigital inicial hay de todo: rigor y humo, valores precisos y resultados irreales, cifras y porcentajes a ojo de buen cubero y metodologĆ­as contrastables, analistas de prestigio y listillos de pega...

Con todo ya hay informes, estudios y comparativas reseƱables: el grado de cultura de ciberseguridad (informe de PwC), la oferta de empleo (Hays/Ayuntamiento de Madrid), la educación sobre riesgos digitales (ƍndice de Alfabetización sobre Ciberriesgos de Oliver Wyman Forum, donde EspaƱa es quinta del mundo), nivel de madurez en ciberseguridad conforme a indicadores GCI de la ITU (Agencia Catalana de Cibeseguridad con PwC, donde EspaƱa es cuarta de Europa y los parĆ”metros de CataluƱa la posicionan octava), ecosistemas de ciberseguridad vasco (153 organizaciones) y catalĆ”n (356 empresas), medición de los objetivos conseguidos en las estrategias nacionales de ciberseguridad (marco de evaluación de capacidades nacionales de ENISA)…

Este despertar al desentraƱamiento de la realidad conlleva advertencias. Los extasiados por las primeras estadĆ­sticas –en esto tan madrugadores ellos–, lejos de discernir el rigor y representatividad de los guarismos y de sopesar con prudencia sus declaraciones, vienen aireando a los cuatro vientos las bondades de generosos posicionamientos de nuestro paĆ­s o de segmentos de actividad (por ejemplo, en I+D+i) transmitiendo la falsa sensación de encabezar rankings que, bien lo saben los expertos, no se sostienen confrontĆ”ndolos con la empecinada y veraz realidad. Cuidadito con la farsanterĆ­a, que al olor de la rica miel se sacarĆ” de la manga verdades inciertas tentadoramente disfrazadas de buen lucir.

Esta gente, tan venida arriba sin los deberes aún hechos, hace un flaco favor a la correcta percepción que de la ciberseguridad se ha de tener y a su desempeño. Porque, ¿qué puede pensar la sociedad de la quebradiza transformación digital que se les vende entre tanto ataque de suplantación de la AEAT, la DGT, la Seguridad Social, la Policía, la Guardia Civil, Correos, ayuntamientos y organismos varios, empresa privada de todo tipo y ciberataques a gobiernos top y suministradores de vacunas?

No procede hacer gala de liderazgo prematuro ni de soflamas narcisistas y sí de humildad y discreción en el trabajo y, al tiempo, viendo como los vecinos de nuestro entorno mojan sus barbas con tino y señalan el camino (por ejemplo, presupuestariamente).

Bienvenidas sean las iniciativas reciƩn alumbradas y en curso para despertar del mutismo estadƭstico en lo que nos toca, y asƭ palpar nuestra autƩntica realidad, apartando la farsanterƭa y construyendo la base real de un futuro mƔs certero.

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