Innovaña: ‘tutto va bene’

Con la clarividencia y agudeza que caracterizan las actuaciones de la UE, hemos descubierto que tenemos que modernizarnos, y que para ello hay que hacer hincapié en la transformación digital y en la sostenibilidad. Los euros son para eso, y no para crudo gasto corriente. De ahí la importancia de justificar lo que vamos a hacer con la pasta.

Y una de las primeras cosas que tenemos que plantearnos como estado (además de ponernos de acuerdo en qué país queremos) es, precisamente, modernizar nuestro ecosistema de I+D+i, si es que lo que tenemos puede llamarse así.

El de la transformación digital es un escenario que ni pintado para esto. En él, además, la ciberseguridad ocupa un papel relevante en el control de riesgos, por cuanto es desde aquí desde donde podemos poner en práctica su existencia básica por diseño y tener una oportunidad de ser competitivos en un futuro en el que la automatización y la industrialización de servicios van a estar ligados a la IA, a la que habrá que nutrir con la dual creatividad de nuestra especie.

Pero la ciberseguridad no existe sola, sino que opera en relación con algo, hecho transcendente para el propósito antedicho; a saber, modernizar nuestro ecosistema de I+D+i, especialmente en el apartado de lo aplicado (o aplicable).

Y lo primero sería que los investigadores, aquí, pudieran trabajar en los entornos operativos y codo con codo con los equipos de Dev-Sec-Ops de entidades “usuarias”. Dar con la fórmula para sistematizar este proceso y fijarla como rasgo en nuestra cultura productiva –sin menoscabar la relación de estos grandes usuarios multimercado con sus grandes proveedores–, permitiría ampliar la visión del I+D+i, darle una mejor apoyatura en la usabilidad de lo construido o diseñado, una mejor salida en el mercado y, claro está, ampliar el hecho innovador también a los servicios TIC robustos y con ciberseguridad viable de calidad.

Al tiempo, conseguiríamos que nuestros investigadores tuvieran una visión de por dónde van los tiros con perspectiva, algo que resulta imposible de saber en sus centros y departamentos clásicos de I+D+i.

¿Qué ganarían a medio plazo los grandes usuarios? Transformación de alta calidad, elevación de su competitividad en los negocios y participación en patentes.

Y no estaría de más que, aprovechando el momento, algunos políticos se sacudieran el prejuicio ideológico que tienen ante la llamada venta de armas, porque España, como país, necesita tener armamento digital de nivel. Además, el sector clásico de la seguridad y la defensa, y sus clientes, podrían repensar su papel y el del I+D+i+P (de producción), y analizar por lo menudo por qué el mundillo de la ciberseguridad se le ha subido tecnológicamente a la chepa. Se me ocurre una explicación: que dicho mundillo todavía busca la innovación como el vampiro la sangre.

Aprovecho la ocasión para mencionar dos ideas más. Una tiene que ver con el papel de la industria de ciberseguridad “extranjera” en el mercado español. Su papel es relevante, porque da trabajo, algunas empresas ponen centros, nos ayudan a modernizarnos y, muy importante: están acostumbradas a competir, un hecho que nos obliga a superarnos.

La otra idea la podemos desdoblar en una pareja de ‘cuantos’ enmarañados. De una parte, no podemos continuar con un aparato de apoyo al I+D+i que pudiera llegar a consumir una cantidad desproporcionada de recursos en relación con los destinados al I+D+i en sí.

De otra parte, parece que hoy cada actor del macroaparato de apoyo al I+D+i se mide en base a lo que le interesa para justificar su particular actividad. Eso es, en cierto modo, tramposo. Pero no lo peor. Y ante semejante afirmación, se preguntará usted, lector: “Y, entonces, De la Peña, ¿qué es lo peor?”. Contestación: que nadie ha medido qué resultados nos va dando el I+D+i, porque parece que nadie sabe de forma concreta qué hay que esperar del I+D+i. Ojalá que la ciberseguridad se libre de semejante fantasma.

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