Quo imus?
Los grandes mandatarios del mundo han hablado entre ellos de ciberseguridad para intentar acotar la amenaza y limitar el alcance y los objetivos de los ataques ante el descontrol existente, ante la ausencia de normas oficiosas comúnmente admitidas en el escenario digital y ante lo poco que sirve contar con medios probatorios sólidos y reconocidos internacionalmente al único objeto de dar su merecido al que se pille haciendo de las suyas.
Cosa distinta es frenar el puro ciberchoriceo, el fraude, la estafa, el timo masivo… Ante esto, al menos Biden ha pedido a algunas de sus lustrosas multinacionales tecnológicas, que inviertan en ciberseguridad. Supongo que porque ante los exitosos ataques sufridos últimamente, la Casa Blanca ha redescubierto el valor de las infraestructuras críticas, los servicios esenciales y la mala reputación que acarrea su divulgación entre los votantes.

José de la Peña Muñoz
Director
jpm@codasic.com
Quizás también haya caído en la cuenta de que, si no empieza a ponerle remedio, la gallina digital de los huevos de oro, o sea, la transformación tal cual se concibe, fracasará, y con ella el negocio. Y por eso, ¡zas: ha llegado el momento de empezar a hacerla tecnológicamente sólida, legalmente viable y al precio justo! El ingrediente que ha aportado Europa a esa transformación digital yanqui y de sabor occidental no ha ido hasta el momento por lo tecnológico, sino por la vía de la privacidad. Esta es nuestra principal aportación a la solución. ¡Y al problema!
Desaguisado
A día de hoy, si no está uno al loro, te suplantan la identidad, te roban información y pasta, le hacen a través tuya una faena monumental a tu empresa y, si acaso queda algo de ti, encima pueden divulgar por redes un montaje en foto o en vídeo en el que apareces desnudo en compañía de medio consejo de ministros. ¿Confiar? ¿Borrar? ¿Derecho al olvido? ¿Intimidad? ¿Seguridad? ¿Derechos digitales? ¿Pseudonimato? Parece que lo que sí le funciona a la delincuencia, es el anonimato y el cifrado, cuando a quienes nos debiera funcionar es a las personas honradas.
Estos ingredientes: el efecto llamada a invertir, el descontrol digital y la hiperregulación multisectorial en cascada…, van a tener efectos de gran calado en el sector de la ciberseguridad profesional para expertos, empresas usuarias, fabricantes, proveedores de servicios y formadores y capacitadores.
En principio sería de esperar un subidón estratosférico en el terreno de la especulación financiera, en la que los fondos de inversión de capital riesgo, van a pegar un nuevo acelerón comprando, despedazando, agrupando y empaquetando empresas de producto-servicio (la nube está fusionando ambos conceptos).
En España, particularmente, vamos a ver agravado el efecto también en otros frentes; a saber: la falta de mano de obra con conocimientos suficientes como para trabajar en la gran cantidad de proyectos ligados a la transformación que confluyen en pocos años. Corremos el riesgo de formar y capacitar a personas que salgan al mercado laboral justo cuando ya no se las necesite. Por el momento, los proveedores se agarran a cualquier currículo que cae en sus manos, en tanto que los clientes, sometidos a una descapitalización galopante de capital intelectual, no priorizan la calidad, sino la transformación digital rápida y barata. ¿A dónde vamos? (Quo imus?).
Mientras tanto, seguimos esperando el dinero de Bruselas, confiamos en que la luz baje de precio y algunos nos mantenemos expectantes ante la “genitalización” de nuestra cultura.
Quién sabe, a lo mejor más adelante, si la cosa sigue así, la única salida que le quede al ser humano en la transformación sea dedicarse a sexar algoritmos o a desquiciarlos (esto último si se trabaja en ciberseguridad). Después de treinta años de SIC, del futuro me lo creo todo.