El flautista de Hackerlin
En tiempos pretéritos se creía en los cuentos. Era bueno, bonito y saludable aprender de ellos. Tras leerlos y aprehenderlos, uno se aplicaba el cuento. Ahora, son otros tiempos, en los que priman los ‘cuentistas’. Viene esto a cuento de los avatares laborales, tan alborotados ellos, que hoy andan causando un carajal esquizofrénico.
Entre los cuentos más memorables de los que guardo recuerdo, hay uno que, con el adecuado respeto y transponiéndolo a lo nuestro, deseo traer a colación. La autoría de la fábula a la que me refiero es de los afamados hermanos Grimm, dos cuentistas alemanes de genio desbordante que en 1842 alumbraron esta narración.
Traída a nuestro terreno el título sería “El flautista de Hackerlin”, relato en el que el mandatario de un pueblo ciberatacado, reclamaba los servicios de un profesional competente para repeler las agresiones digitales de las que sin pausa era objeto. Luego de recabar sus servicios y de que éste realizara con éxito su labor de neutralización defensiva, el experto, en buena lógica, reclamó sus honorarios. Y hete aquí, que para su sorpresa la petición fue ignorada por el regidor, quien, infravalorando los servicios del prestatario, se negó a pagarle. El cibercazaflautista, visiblemente enfadado, decidió propinarle una lección por lo que deshizo su labor defensiva e informó a sus colegas de la circunstancia.
Como resultado, los ciberincidentes retornaron a Hackerlin, si cabe con mayor virulencia e impunidad. El burgomaestre, asustado por la debacle causada, rectificó, requiriendo de nuevo los servicios del experto, eso sí, con el dinero por delante y en generosa cantidad.
Esta lección, tan prístina como sensata, parece darse de bruces con la realidad, que obstinada, prosigue maltratando la valoración del buen saber hacer. Antes bien, este desprecio, aunque planetariamente bastante generalizado, es en nuestro país mucho más acusado. Y la minusvaloración y falta de lucidez son insultantes en el sector TI, históricamente maltratado. Y precisamente nuestro terruño, el ecomercado de la ciberseguridad, es uno de los colectivos que se llevan la palma en esto de la infravaloración gremial. Los supuestos ‘expertos’ en entender de la cosa, siguen dislocados en sus argumentaciones para enderezarlo.
Dejando aparte el, por lo demás, nada trivial debate del impacto del trabajo remoto derivado del tsunami pandémico –aún por mensurar con correcta precisión–, lo cierto es que más allá de los cansinos y fútiles bucles que chamuscan las redes en el recalentado candelero laboral con la tetratomía sueldo/flexibilidad/compromiso/apego y la dicotomía presencialidad/por objetivos, hay que mover el trasero. Y tirando de Einstein, y su atinado aserto “para lograr cosas distintas hay que hacer cosas diferentes”, cabría plantearse alguna acción consecuente a ello. Pronta y drástica.
A nadie se le escapa la escasez de especialistas en algunos segmentos y la angustiosa necesidad de que el sector se provea de nuevas mesnadas de gente capaz, en sus diferentes pericias, para atender la demanda. Las encomiendas a entes públicos para engordar el sector con ‘veintimuchosmil’ especímenes con destreza, no acaban de dar sus frutos a tiempo. La constatación tardía y peregrina por los encomendados –acabáramos– de que hace falta mucho más ‘talento’, les aboca a un mayor esmero en exprimir sus chisteras para contribuir a generar y/o encauzar los expertos y que estos desembarquen con premura y con un herbor de mínimos. No conviene olvidar uno de los primarios significados del término ‘talento’ cual fue el de ser la unidad monetaria de la antigüedad mediterránea, toda una irónica metáfora ante el manoseado sentido actual del término.
Por otro lado, el deficiente rol de los facilitadores y encauzadores laborales tradicionales, deja entrever su colosal descuadre: están superados y desconcertados. No atinan ni de broma a ajustar al alza de una vez los salarios ofrecidos y son patéticas sus tretas para evitar mostrar con transparencia las expectativas salariales.
Escandalice aquí o no, el sueldo medio anual de un CISO en una compañía potente en EE.UU. es, aproximadamente, de unos 600.000 euros; en estas últimas semanas, por estos lares una señera empresa de recruiting ofrecía para el puesto de CISO en una multinacional española ¡65.000 euros! Ea.
Otro botón de muestra: Michael Page dice que el salario medio de un buen experto en España oscila entre los 80.000 y los 120.000 euros anuales. Para reflexionar.
Entretanto, y para liarla más, se avecinan nuevas tendencias en el asunto con la llegada y asentamiento de los denominados Director de Compromiso de los Empleados (Employee Engagement Manager) y Director de Confianza (Trust Manager), cuyos objetivos respectivos son, al parecer, los de facilitar el ‘retorno’ a las oficinas y combatir la rotación del personal en el entorno actual –causante del desmesurado fenómeno de la “gran dimisión”–, y de revisar, redefinir y reconstruir la citada confianza en una organización.
Cómo de alborotado estará el mercado laboral que esta edición de SIC es la que históricamente más cantidad de nombramientos recoge –casi un centenar–, reflejando el espectacular trasiego de personal en el sector. Casi es sonrojante constatar en LinkedIn cómo tantos de sus miembros con mando en la ciberseguridad, tiran de esta red para anunciar su necesidad de captación de fichajes expertos. “X is hiring”. Paro cero.
Desde luego en SIC sí tenemos algunas ideas para desatascar este embrollo. Y ante la pasividad de quienes deberían ponerlo seriamente en la palestra, desde aquí públicamente instamos a nuestro querido Román a que, en su afamado foro técnico –del que es co-fundador–, se aborde este crucial asunto y sea debatido como merece.
Entretanto, aunque los próceres de la cosa prosiguen en su inoperancia, tal vez algún Pepito Grillo les advierta seriamente de que esperar a que la flauta suene por casualidad no es la solución. Uno ya no sabe muy bien si esta gente sabe que soplar y atraer es crucial en Hackerlin, o que, simplemente, se la sopla.
Lector, hagamos camino al andar. La peña de la ciberprotección tiene que ser remunerada como sin duda merece. Sin perjuicio de procurar también un mejor salario emocional, ¡páguese bien, coño!