Menos anglicismos y más cultura

Hace mucho –pongamos que casi en 2000– los amigos de Microsoft España me enseñaron lo que por entonces en Redmond entendían que iba a ser su escritorio del futuro. Y me quedé espantado. Aquello era una suerte de potaje iconográfico en el que se mezclaba sin pudor lo laboral y lo personal. Tonto de mí: ignoraba que la suerte estaba echada, y que semejante mezcolanza sería uno de los rasgos propios de la transformación digital, de la sociedad interconectada, en la que se iban a ir fundiendo en una suerte de amalgama dos mundos hasta entonces entendidos como separados por la mayoría de los mortales de generaciones criadas en países desarrollados o en vías de desarrollo con amplias clases medias.

Las generaciones posteriores, a las que –en este tipo de países antedicho– hemos ido idiotizando en general, empiezan a tener una concepción (si se puede llamar así) de la privacidad, la seguridad, la identidad, la realidad y la fantasía, a caballo entre la falta de criterio propio, la carencia de necesidad de proyecto vital, el abuso de los teléfonos inteligentes, las colonias de apps, TikTok, la filosofía streamer de pelotazo, el exhibicionismo, el egocentrismo inconsciente y… Menos mal que los listos confían en que, a la hora de sentar la cabeza y buscar curro, los de recursos humanos de las empresas contratantes también tendrán “subidas” en las redes sociales las mismas fotos y videos que ellos “haciendo calvos”.

En fin, permítame lector esta digresión exagerada que he colado aquí (sé, como usted, que hay jóvenes que utilizan el neocórtex, van fortaleciendo su sentido crítico y tienen alergia a la majadería) para dejar en evidencia cuán ausentes están millones y millones de personas (las que se van a ir enfrentando al futuro, entre otras) de las entretelas de esta bruma de IT-OT-IoT, entornos multinube, Neoconfianza Cero, onboarding, 5G, No-sé-qué-verso… ¿Qué pensarán de la (ciber)seguridad, de la (ciber)resiliencia, de la identidad en el medio digital, de la privacidad, del (ciber)delito?

Resulta obvio que muchísimos no habrán oído estos términos. Sin embargo, entenderlos razonablemente es esencial para su vida. (Tampoco vamos a pedir peras al olmo, la verdad, porque hay sesudos analistas que no tienen ni idea de la cosa y, pese a ello, dibujan el presente y el futuro sin complejos).

Si tuviéramos hoy en España una entidad pública estatal relacionada con la ciberseguridad que no estuviera obsesionada únicamente con el reparto de los fondos europeos y el uso al por mayor de anglicismos y otros barbarismos, una de las cosas que esperaría cabalmente de ella es que codiseñara con las CC.AA. un ambicioso programa de cultura para explicar a la gente la razón de que estemos en la UE y en otras zonas del mundo estudiando una legislación para que los productos conectados salgan al mercado con especificaciones tasadas de ciberseguridad; para explicar para qué servirá el futuro Monedero de la UE y por qué, por ahora, vamos al modelo de identidad digital europea al que vamos; para explicar si merece la pena defender nuestra privacidad ante la codiciosa idea de aquellos que, quizá en un futuro, ofrezcan “repartir” con nosotros los hipotéticos beneficios económicos de su explotación después de impuestos; para explicar por qué hay que colaborar también con las policías en el espacio digital...

Es comprensible que en esta amalgama gremial que conforman la ciberseguridad, la confianza digital y la lucha contra el ciberdelito, veamos las cosas con un sesgo especializado, experto, que nos impide brindar nuestro conocimiento en forma netamente cultural. Y esta es una asignatura pendiente.

Menos mal que por la parte de arriba en el mundo de la empresa, ya hay primeros ejecutivos que nos están dando una lección de cómo transmitir y exponer los grandes retos de la ciberseguridad con sencillez. Es el caso, por ejemplo, de Antonio Huertas, presidente y CEO de Mapfre (quien, por cierto, tiene uno de los mejores equipos de expertos del mundo en la materia). Cultura, pura cultura. Y no solo economía.

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