Espejito, espejito ĀæestĆ” linda la red?
A tenor de estos vistosos tiempos, me ha venido el recuerdo ābien asentado en la retinaā de los mĆticos dibujos animados Looney Tunes (FantasĆas Animadas), de la productora estadounidense Warner Bros., en los que un pizpireto canario advertĆa siempre de la llegada de su enemigo gatuno con la famosa frase: āHe visto un lindo gatitoā. De esa cursi guisa, Tweety āaquĆ era conocido por PiolĆnā manifestaba su intuición de que se cernĆa sobre Ć©l la amenaza sempiterna del depredador Silvestre.
Con este flash de recuerdos en la mente, la verdad es que de un tiempo a esta parte cierta red profesional de todos conocida se estĆ” haciendo diario eco y a mansalva de āinformacionesā banales repletas de trivialidad infoxicante que desnaturalizan el inicial interĆ©s suscitado por nutrirse de información Ćŗtil volcada en una red especializada aportada por integrantes que, de primeras, tambiĆ©n deberĆan serlo. Todo sea por su fascinante tirón.
Pero lo cierto es que de manera creciente la catarata de información allĆ vertida tiende a ser absolutamente banal, pelĆn narcisista, irrelevante o fuera de lugar, y desluce, cuando no desalienta, su periódica visita. Con la insistente coletilla āā¦aquĆ os dejoā¦ā, ingentes seres al parecer muy necesitados de aprobación grupal āobtención de titulaciones, presencia en saraosā¦ā, colapsan el muro con intrascendencias que opacan las informaciones Ćŗtiles que, tambiĆ©n y sin duda, se vuelcan y aportan valor a la susodicha red, y por ende, al profesional que de ella deberĆa sacarle jugo para una mejor excelencia en su labor.

Luis G. FernƔndez
Editor
lfernandez@codasic.com
Este desmesurado exhibicionismo de pasarela alcanza cumbres visuales con posados que ya quisieran los mÔs afamados reality shows televisivos. Para ello, no faltan cebos nÔuticos, michelinados culinarios, incluso hachas arrojadizas liberadoras de estrés o lo que se tercie para concitar la atención, sin olvidar a los/las campeones/as de la imagen congelada con su siempre bien posicionada sonrisa al servicio de los likes.
Estas prĆ”cticas, aun siendo legĆtimas pero plagadas de superficialidad y ligereza, no auguran nada bueno porque si seguimos por este camino de imparable āspam lĆŗdicoā y exhibicionista, a no mucho tardar la utilidad de esta red quedarĆ” irremediablemente daƱada. Bien cabe imaginar por quĆ© a los paracaidistas y ciberjetas mercantilistas de todo pelaje, ante un tema hoy tan āsexyā como es el nuestro, se lanzan inmisericordemente a ordeƱarlo y a muchos de sus incautos protagonistas, que sucumben a los cantos de sirena chachi por unos segundos de efĆmera viralidad.
El postureo, sea bienintencionado o no, alcanza a veces sonrojantes cotas al leer las autocatalogaciones con las que los aludidos se bautizan en su pedigrĆ linquediniano para enfatizar su querencia por el oficio. En ellos, proclaman a los cuatro vientos digitales ser āapasionadosā y āobsesionadosā y sentirse āexcitadosā por la profesión, en una, sin duda, proclamación de estados emocionales laborales pre-orgĆ”smicos. TambiĆ©n existe lo contrario, el quejĆo de esos colectivos, ya maltratados ya minusvalorados āno sin razónā, de los cuales el sector aguarda expectante a gozar de su desembarco masivo-igualitario y a descubrir las aportaciones relevantes aĆŗn en el tintero.
Si la malvada bruja de la bella del bosque durmiente se asomara a esta red toparĆa con un tropel de competidores en su Ć”nimo diario de consultar al āEspejito, espejitoā cómo de linda estĆ” la red, y cómo de linda estĆ” su red.
Pero mĆ”s allĆ” de la ciberseguridad mona, cursi, ācanallaā y ādiverā del Ć”gora social estĆ” aquella otra, la de afuera, mucho mĆ”s malĆ©fica, en la que el dĆa a dĆa se torna Ć”spero y sombrĆo. En su seno, la tercera industria mĆ”s poderosa del planeta, el cibercrimen, campea a sus anchas: se prevĆ© que mueva ocho billones de euros al aƱo, 667.000 millones al mes y 154.000 millones a la semana. Unas cifras descomunales que suponen unas pĆ©rdidas causadas de 913 millones por hora, 15,2 millones por minuto e, incluso, 255.000 por segundo. AhĆ es nada.
Con este inquietante panorama, la ciberseguridad necesita de profesionalidad genuina, madura y consistente y no de cybersinginmornings de mercadillo, arribistas de la vacuidad y extasiados. De lo contrario la chusma delicuencial se seguirƔ descojonando de nosotros y, al tiempo, forrƔndose.
Tampoco mantener el tipo a quienes se les encomienda la llevanza de la ciberprotección es ya asunto trivial y molón. A las desmesuradas dosis de estrĆ©s que conlleva cumplir con soltura las diversas especialidades que la conforman, se le suma que la guadaƱa āinjusta o noā estĆ” al alza en su propósito de segar trayectorias profesionales y salvar la cara de los de arriba. Y si no, que se lo digan al presidente de la agencia de ciberseguridad federal, Arne Schƶbohm, destituido por las autoridades alemanas, por haber figurado en la filial teutona de una empresa de ciberseguridad rusa, y por abogar por una ācolaboración cibernĆ©tica mĆ”s estrechaā con la autocracia de Putin o por la declararación de culpabilidad al CSO de Uber, Joe Sullivan quiĆ©n āencubrióā una brecha/violación de datos acontecida en 2016 que afectó a 57 millones de usuarios y a 7 millones de conductores de la plataforma de movilidad.
Sin descascarillarse las uƱas y pringarse de grasa en las salas de mĆ”quinas y de dirección, no es posible el correcto y enriquecedor desempeƱo de la profesión. Empieza a resultar cansina la ciberseguridad sobremaquillada. Quienes sĆ estamos āy venimos estando desde siempreā dispuestos a pelearla y mejorarla, la queremos sin tonterĆas. No es un juego porque, ahĆ fuera, la linda ciberdelincuencia pica. AraƱa. Y muerde. Vaya que si muerde.