Cisoencers, hackertubers y selfiréxicos

Con pesar e inevitable resignación digiero que ‘polarización’ fue en estos lares el vocablo estelar de 2023. Este lamento, apenas disimulado, lo veo más apropiado al aplicarlo, esta vez con mejor tino, a las eternas fuerzas contrarias de nuestros escenarios ciber, siempre a la greña. Por contra, sí simpatizo más al conocer que el término triunfante del pasado año en Galicia fue curiosamente el palabro ‘cibercocharro’, denominación gallega para epitetar a un ciberdelincuente, en atinado uso por la Amtega en su campaña de sensibilización.

A esta pareja de voces definitorias de un agitado año como fue el anterior, siguen sumándose mesnadas de barbarismos anglosajones, mucho más espabilados para colonizar –tecnojerga mediante–, la lengua actual y anticipatorios de calamidades de nuevo cuño. En este empeño, adosar prefijos o sufijos ‘cool’ a términos comunes, es práctica exitosa confiriéndoles perspectivas nuevas. ¿Ejemplos? Comiéncese con Ciber...

Al albur de esto, asistimos al desembarco de los ciberinfluyentes, que, en abultado cardumen, han descubierto en estos pastos cibernéticos nuevos caladeros para abrevar y parasitar, y, de paso, guarecerse un tiempo de las regulaciones gubernamentales que sobre ellos se ciernen, planeadas para meterles en cintura tributaria. Unos ‘usuarios de especial relevancia’, a los que, seguramente –real decreto mediante–, se les va a denominar ‘Prestadores del Servicio de Comunicación Audiovisual’ y, subsiguientemente, a observar muy de cerca.

Pero claro, hasta a ellos incluso les puede llegar su San Martín. De hecho, ya ha comenzado a pasar. Atónitos, observan contrariados cómo sus fermosos envoltorios carnales son sustituidos por avatares digitales que, con su prístina factura, dan muy bien el pego.

Como resultado de este carajal mediáticodigital, ya atisbamos cómo conviven, en un sopicaldo ácrata de IAs y ciberencers, toda suerte de marionetas virtuales, infómatas, digisapiens y virtuoides, abriéndose paso en dura competencia con los voluntariosos behumans del emprendedor Rames y similares. Las redes sociales, ya claramente sobredopadas, sufren colapso y a sus nautas nos les resulta sencillo distinguir entre un avatar y un calamar. Eso sí, todo entre emulaciones muy resultonas.

En este caldo de cultivo, ya asoman algunos cisoencers –no muchos, afortunadamente– que también se dejan engatusar por cantos de cybersirenias y minutillos de gloria en cansinos paneles vacuos… con afán de visibilización incontenible. A ellos se suman también hackertubers y crackertokers de insaciable frenesí congresual y más pendientes de los likes que de las vulnerabilidades. Y, cómo no, inspiratrices de acusada selfirexia, que en vez de aportar propelente solvente para persuadir del ‘oficio’ a desnortadas damas Stems, las disuaden de ello con actitudes paradójicamente rociadas con sesgo perfumado. Así no se las gana para la causa.

La banalización y uso espurio de esta nuestra especialidad, ni es buena ni ayuda. Evocando un artículo aparecido en The New Stateman, en 2021, su fatídico vaticinio aun inquieta al verlo impreso y, sobre todo, en estos días: “Los CISOs son extremadamente caros, ¿por qué no automatizarlos? Es mucho más barato, seguro y eficiente dejar la toma de decisiones en manos de algoritmos”. Esta aseveración concuerda lamentablemente con el sufijo guiri de moda: less, que aplicado a la denominación genérica del responsable de ciberprotección, conforma el fatídico palabro CISOless.

También GPCISOs (Generative Pre-trained Chief Information Security Officers) es acrónimo efervescente y augura tecnozarandeos a la profesión. Cabe temer que en breve veremos sixpacks de Cisoides en los lineales de los supermercados, junto a los ordenadores cuánticos chinos a 8.000 euros unidad que ya se anuncian.

Frente a esta algarabía cibernética, anacrónicamente vamos quedando algunos a quienes todavía nos sigue gustando que las neuronas alboroten nuestras azoteas y nos marquen rumbo, aunque sigamos topándonos con encrucijadas y desconozcamos, en ocasiones, qué cambios adoptar o qué decisiones tomar. Y en esa tesitura nos viene a colación lo dicho por el filósofo y matemático René Descartes, autor de esa frase tan cruda y sapiente: “Razonar es dudar”.

Mucho me temo que las máquinas no dudan. Por lo que no cabe descartar que la carne de CISO sea sustituida por la de silicio. Y la clonación digital a mansalva propicie obedientes responsables de seguridad digital infalibles, infatigables, antiestresantes, baratos y always on. Y, claro, con deepfakeCisos a las puertas.

A las ciberamenazas, sobrecogedoras diría, que nos sobrevienen –baste leer el especial de esta edición de SIC sobre ellas–, no se las combate con postureo sino con erudición y saber hacer ejemplarizante; con formación, concienciación, puesta en común, trabajo en equipo y comparticición real y recíproca. Con las leccioneas aprendidas, hoy ya a montones, nuestro querido oficio, sabiduría y culo pelado, deberían bastar para lidiar con razonable soltura el emponzoñado tsunami de amenazas que nos sobreviene.

Parafraseando a la gran diseñadora francesa de la alta costura Coco Chanel –traída a colación por ‘Balenciaga’, la estupenda serie hoy tan en candelero–, si ‘cosiera’ en nuestro ámbito, tan innovadora y rupturista ella, seguramente diría: “Una IA puede decir de todo menos vulgaridades”. Gente del sector, aplíquémonos el cuento.

Como empecé termino: aludiendo a una palabra con pegada. Si el intelecto humano no lo remedia, a buen seguro el término que postreramente triunfará en este 2024 será pifIA.

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