Innovar en Europa es tarea nuestra
El 9 de septiembre de 2024 Mario Draghi presentó un informe, a petición de la Comisión Europea, sobre el futuro de la competitividad de Europa. Este estudio contó con la participación de numerosas compañías y organizaciones, cuyo listado ocupa siete páginas completas. Su primera parte, de 69 páginas, propone una estrategia para enfrentar el desafío existencial que se cierne sobre Europa; la segunda ofrece un análisis en profundidad de 328 páginas.
La realidad que describe es preocupante. Comparados con Estados Unidos y China, somos la economía más abierta al exterior: nuestra ratio de comercio respecto al producto interior bruto supera el 50%. Somos los más dependientes: importamos más del 80% de la tecnología digital que utilizamos, dependemos de muy poquitos proveedores de materias primas y apenas innovamos. Tenemos los precios de la energía más altos comparados con las otras dos potencias mencionadas, y así, leemos un sinfín de tristes realidades. Si no espabilamos, en poco tiempo, nuestra prosperidad se agotará y nuestros valores europeos de libertad, paz, equidad y desarrollo sostenible estarán en peligro.
En el extenso documento de análisis, la palabra ciberseguridad aparece en 21 ocasiones. La lista de deberes que nos propone es larga, aunque bien conocida por los lectores de SIC: el riesgo de ciberseguridad presente en las redes de suministro y transporte eléctrico y en las redes industriales (OT, “operational technology”), el excesivo número de reguladores de redes digitales en Europa, la necesidad de mejorar la cooperación entre la multitud de agencias de ciberseguridad existentes.
Menciona también las distintas implementaciones nacionales del reglamento europeo de protección de datos, la ausencia de desafíos abiertos al público (“open challenges”) para mejorar la ciberseguridad en Europa, y la necesidad de mejorar la ciberseguridad en nuestras cadenas de suministro. En el ámbito de la innovación, es imperativo añadir elementos de ciberseguridad en el desarrollo de la inteligencia artificial y en la industria de la automoción. La formación en ciberseguridad también aparece en el análisis como requisito para nuestra supervivencia. En definitiva, la ciberseguridad es uno de muchos ingredientes que tenemos que mejorar para poder crecer de modo sostenible.
Sería muy fácil recurrir a la narrativa de que es tarea de nuestros políticos ponerse manos a la obra, que ya va siendo hora. Sin embargo, el guión de este artículo va a dar un giro inesperado. Hablemos del estudio de juventud de Cambridge-Somerville (“Cambridge Somerville Youth Study”). En 1936, Richard Cabot diseñó un experimento para evaluar los efectos de una intervención temprana en la prevención de la delincuencia juvenil. Separó a unos 500 niños en dos grupos: el grupo de tratamiento recibía tutorías académicas, frecuente atención médica y psiquiátrica y programas comunitarios. El grupo de control no recibió ninguno de esos cuidados.
30 años más tarde, Joan McCord contactó con el 95% de aquellos niños. Encontró que los niños que formaron el grupo de tratamiento tenían una menor esperanza de vida: estadísticamente, tenían mayores índices de alcoholismo y de enfermedades mentales y una peor salud física. Asimismo, realizaban trabajos de menor prestigio. La conclusión fue que las comodidades de las que disfrutaron los niños del grupo de tratamiento tuvieron un impacto negativo en sus vidas. No requirieron “sacarse ellos solos las castañas del fuego”.
Ahora los europeos necesitamos “sacarnos las castañas de un fuego voraz”. No esperemos la ayuda de “nuestros cuidadores” (administraciones, instituciones, empresas). Asumamos la responsabilidad que recae sobre nosotros y comencemos a aprender de los mejores y a innovar para construir un nuevo paradigma que, ciertamente, requiere de ciberseguridad. Como ciudadanos libres, los europeos podemos vencer este desafío. No está en manos de “nuestros próceres”. Está en nuestras manos y, más aún, en nuestras ideas.