La erótica de la ciberseguridad

A qué negarlo, en estos tiempos que corren el glamur de la ciberseguridad está en máximos, diríase que despatarrado. Cabría incluso afirmar que su hiperhormonado fulgor está propiciando una erótica en derredor suya que, desde múltiples miradas, parece cautivar no ya solo a los simpatizantes que ven en esta actividad un fructífero sendero laboral para dar rienda suelta a sus habilidades, sino, además, a oscuros especímenes de toda ralea, babeantes por lo fácil que se lo pone la sociedad digital para delinquir impunemente o a aquellos otros que, simplemente, han encontrado un boyante ecosistema para medrar y dar rienda suelta a sus fantasías cibernéticas en tanto sujetos enamorados de sus propios avatares.

Así, esta fascinación por discurrir nuevas vías para seguir resquebrajando la ciberprotección encuentra su reflexiva piedra de toque en los sucesos acontecidos hace escasos meses, a instancias del trágico conflicto del cercano oriente, por los que se causó un devastador sabotaje -descomunalmente amplificado en lo mediático-, amparado en una masiva incursión explosiva desencadenante de asombrosas capacidades –nunca antes imaginadas– de alterar artefactos de comunicación de uso masivo y alojar en sus tripas ‘regalitos’ pirotécnicos letales, saltándose a la torera los rancios controles al uso de las cadenas de suministro. Esta audaz y brutal acción, culmen de la ‘inteligencia’ más dañinamente sagaz, va a obligar a replantear desde su raíz la metódica de la supervisión y blindaje de las cadenas de suministro de cualesquiera elemento industrial, en lo sucesivo dianas seguras para el ciberterrorismo y la ciberdelincuencia de última generación, golosas ellas de descubrir innovadoras vías para atentar y delinquir.

Este inquietante hecho no puede sustraerse a la naciente Ley de Ciberresiliencia europea, la cual –presuntamente– ha de velar por propiciar –que no garantizar– que en estos nuestros territorios el hardware y el software con componentes digitales tengan unos mínimos de seguridad, escalando su exigencia conforme a su catalogable criticidad. A futuro, a ver cómo se articulan sistemas de supervisión fiables –con responsabilidad legal incluida– de todos y cada uno de los chequeos de las etapas del proceso de fabricación, ensamblaje, traslado, reparto y suministro. Cabe colegir que las empresas de auditoría y supervisión, más allá de la consabida etiqueta sellada, fácilmente chineable, van a tener que emplearse a fondo y rehigienizar, no descartándose incluso la necesidad de alumbrar nuevos estándares ad hoc. En fin, que por lo que parece, la ciberseguridad tendrá que echarse ahora a sus espaldas un nuevo quebradero de cabeza: la maldición de la cadena ‘explosiva’ de suministro.

Admitámoslo pues. A muchos la ciberprotección les pone. Les pone estresados, en vilo, ojo avizor, osados, golosos... y, cómo no, a algunos también les sitúa en el ansiado ‘candelabro’. Tal parece ser en este último caso el de un sonrojante personaje –conocido por no pocos de ustedes–, auténtico fenómeno de linquedín comúnmente epitetado como “Sardinete el selfiencer más narcisete”. Es tal su exagerada querencia –o más apropiadamente dicho linkedependencia– por aparecer en la afamada red social profesional con cualquier pretexto, que el uso desmesurado que de su dedo índice –ya casi humeante– hace a diario supera con creces la luminiscencia bermeja del de ET señalando a su planeta. A este sonrojante espécimen con altas capacidades cuánticas de ponerse incontables gorras, le siguen a no mucha distancia algunos otros que se están viniendo pero que muy muy arriba.

Y por esta vez toca ir acabando. Resulta desmoralizador constatar cómo al ministro de nuevo cuño competencialmente concernido en la cosa digital, esto de la ciberseguridad no le ‘ponga’ lo suficiente y su líbido quede flácida ante el tener que desplazarse presencialmente a León en los recientes fastos de una de sus criaturas ministeriales más pizpiretas y boyantes. La lastimera orfandad de 18 Enise a la hora de celebrar su mayoría de edad congresual quedó manifiesta cuando las devotas y absorbentes ocupaciones –no exentas de embeleso– del citado en pos de la Transformación televisiva dieron al traste con su debut ministerial en esta rama digital de sus encomiendas. Menos mal que en lo tocante a la Transformación pornográfica, parecen haber tomado el relevo sus compañeros de Igualdad.

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