Hasta la primera ciberhostia

Estimado lector, espero sepa disculpar que para esta ocasión dé inicio a la tribuna titulÔndola y comenzÔndola de modo contundente y soez. Pero quizÔ, por hacerlo así, a bocajarro y sin tapujos, refleje mejor la catarsis del momento.

Guste o no guste el boxeo, a buen seguro que todo quisque recuerda a Mike Tyson, el pĆŗgil de los pesos pesados cuyo bagaje verbal tambiĆ©n hacĆ­a gala de una pegada descomunal. Baste recordar la mĆ­tica frase salida de su boca ante las estrategias pre-combate de sus adversarios: ā€œTodo el mundo tiene un plan hasta que recibe la primera hostiaā€.

Parafraseando al ā€˜mordiente’ expresivo del mĆ­tico boxeador y aplicĆ”ndolo en sentido opuesto –figurado o no– a nuestros menesteres, emerge con naturalidad la frase que titula la sección: ā€œNadie tiene un plan hasta que recibe la primera ciberhostiaā€.

ĀæY quĆ© decir ante esto? Pues que aun llevando dĆ©cadas con las dipterus ciberescrotensis –o sea, las moscas cibercojoneras– campando a sus anchas, los sopapos al entramado digital siguen siendo a estas alturas de tamaƱo descomunal y las lecciones aprendidas o no se interiorizan seriamente o se desconoce cómo hacerlas frente de verdad.

Los avisos de la fragilidad digital planetaria constata dos en aƱos recientes por mĆŗltiples frentes con goteras (recordemos la caĆ­da de Redsys o el affaire Microsoft CrowdStrike…) y el atracón de ransomware y sustracción de datos que toda suerte de empresa viene padeciendo por una ciberdelincuencia venida arriba por los pingües beneficios de su exitosa escalabilidad, evidencian que la concienciación masiva y el ciberrearme tras tanto ciberataque son hasta el momento insuficientes, dejando aĆŗn numerosos flancos al descubierto por los que las sucesivas oleadas tysonianas nos flagelan, uppercut arriba crochetazo abajo, sin misericordia.

Con todo, hasta la sensibilidad continental hacia la protección devenida en seƱal de alarma por el ā€˜descoloque’ de la era Trump que nos deja a la intemperie, y los anuncios de habilitación de generosas inversiones especĆ­ficas en ciberprotección al albur de la defensa hiperhormonada de la venerable y perezosa Europa –instada a espabilar y enderezar el rumbo–, parece que pudieran suponer tomarse al fin en serio la cosa.

Pero... hete aquĆ­ que el puƱetazo estelar sacudido a nuestro flamante paĆ­s –y zonas adyacentes–, dejĆ”ndolo sin resuello durante horas, el pasado 28 de abril, a causa de un apagón drĆ”stico, dejó traslucir su pĆ©simo estado de forma, y lo que es peor, su ceguera a la hora de saber de dónde y cómo vino el golpe.

Es triste admitirlo, pero el alcance de la masiva interrupción nos sacó los colores en la palestra internacional haciendo emerger cuÔn interdependientes son las infraestructuras sustentantes de nuestra sociedad y, al tiempo, constató la brutal irradiación contagiosa a los mismísimos escenarios digitales, tan aparentemente estancos a la malla física. Y en medio de ello, las encarnizadas contiendas con innecesaria ideologización por un quítame allÔ unas renovables (sin embridar).

Los ciberachaques y goteras digitales constatados por el apagón obligan tambiĆ©n a la gente concernida de TIC y de la ciberprotección a la reflexión: es obligado un profundo replanteamiento de toda la normativa tĆ©cnica –protocolos, manuales y procedimientos de la operativa no poca obsoleta y tumefacta por desuso… o por estar en las ā€˜nubes’–, no ser cicateros en instalar de una vez sensórica de Ćŗltima generación, verificar –no solo asumir– la resiliencia de los proveedores, requetechequear los puntos ciegos por la ciberseguridad fragmentada y, en modo back to basics, repasar y engrasar los planes de respaldo.

AĆŗn hoy, a mes y pico de la debacle, siguen sin saberse las causas de la desconexión, los litigios –bufetes top mediante– calientan motores y los mĆ”s de mil millones de euros en demandas y confrontaciones estimadas, enfilarĆ”n los tribunales en busca de responsables con apellidos.

Solo cabe esperar que, a la hora de este empeƱo, se ignore a conciencia lo afirmado recientemente por cierta exconsejera de Igualdad en la Junta de Extremadura y miembro actual del Consejo de Seguridad Nuclear, en su desacertada aseveración: ā€œtener demasiados conocimientos puede ser contraproducenteā€.

Ha querido el destino que, curiosamente, la ciberseguridad, y mÔs en concreto la rama de la forensía y la atribución de identidad, estén llamados a ser determinantes en la aportación de conocimientos en las demandas y reclamaciones de autoría que se ciernen sobre el affaire apagón y sus miles de millones de registros por desentrañar ofuscados en las cajas negras...

Como colofón –momentĆ”neo aĆŗn– a esta calamidad, viene a cuento rememorar la pintada aparecida en la distopĆ­a de la aclamada serie actual ā€œThe Last of Usā€ que, al cambio, venĆ­a a dejar escrito en la desvencijada pared ā€œTodo tiene moraleja, si la encuentrasā€. Eso sĆ­, sin olvidar al tiempo lo dicho por el aƱorado maestro Vargas-Llosa: ā€œLo importante es no morirse en vidaā€.

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